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EL ANGEL GUARDIAN DE LOS GITANOS

09/08/2008


No es uno de ellos, pero en cinco años se ha convertido en parte de la familia. Con su barba crecida, una coleta canosa y las ropas ‘hippies’, el padre Agustín Rodríguez, de 45 años, acude todos las semanas al ‘Gallinero’, un asentamiento chabolista de 150 familias rumanas (mil personas aproximadamente), situado en la Cañada Real de Madrid, muy cerca de la carretera de Valencia. No oficia misas en el ‘Gallinero’ pero ayuda a los gitanos en sus papeleos y sus demandas.
Las viviendas de cartón y madera se arremolinan entre los restos de una antigua fábrica, donde empieza la vieja calle de Francisco Álvarez. Esta vía, prácticamente en desuso desde la construcción de la autovía de circunvalación, es un atajo estratégico para los camiones de la basura y volquetas con escombros que se dirigen a la incineradora y escombrera de Valdemingómez. Muy cerca de la desviación muchos niños juegan despreocupados por los camiones que pasan cada día rozando el asentamiento.
La llegada del sacerdote alborota la tranquilidad de los habitantes. Las mujeres están en la puerta de sus chabolas mirando y escuchando atentas lo que dice el religioso, de vez en cuando se nota su presencia por el resplandor de sus dientes dorados. Los hombres desfilan para darle la mano.
Los gitanos ya conocen de memoria el jeep rojo del párroco que los lleva y los trae, según la urgencia. Los niños se amontonan a su alrededor y apenas puede caminar en medio de ese mar de chavales semidesnudos. Con un montón de papeles y pasaportes pasa por las chabolas donde queda pendiente algún trámite.
«Falta una copia de los pasaportes de los niños, debes sacar una y luego dármela para que las lleve otra vez al Ayuntamiento». El rumano escucha con atención las indicaciones del párroco y mueve afirmativamente la cabeza de rato en rato.
El padre Agustín ayuda a los rumanos a empadronarse en el distrito de Villa de Vallecas y gestionar sus tarjetas de sanidad. Los traslada a la ciudad para que regularicen sus papeles o al médico cuando el caso es urgente y cualquier otro trámite. Además vela para que los niños en edad escolar sean incorporados en alguna escuela cercana.
Ion Stefan y su mujer, Lucía, han acudido el martes a hacer sus papeles de residencia. El sacerdote los acompañó hasta la Junta Municipal del distrito para renovar su permiso y fue él quien gestionó los documentos mientras ellos esperaban afuera del edificio. Otra parada obligatoria fue el hospital donde debían renovar la tarjeta de sanidad, pero la falta de algunos requisitos pospuso el trámite unos días. En el trayecto de retorno al Gallinero, la pareja le consulta a Rodríguez sobre un posible derribo de chabolas. «Ante esa situación procuren tener a mano sus papeles y pasaportes, es lo mas importante que deben salvar», les aconseja, mientras los tranquiliza afirmando que en caso de desalojo la Comundiad debe buscarles un nuevo lugar donde ubicarlos.
La mitad de la población son niños
A unos metros de las chabolas una unidad del Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid atiende a una decena de niños delgados y sucios que en brazos de sus madres parecen enfermos. Uno de los principales problemas, especialmente los menores de dos años, son las infecciones estomacales porque viven en medio de la basura y hay muchas ratas en el lugar, explica uno de los médicos.
No hace muchos días estas mismas madres tenían que hacer guardia para que las ratas no atacaran a sus hijos pequeños. La proliferación de los roedores movilizó a los gitanos y a la parroquia. El padre Agustín peregrinó hasta al Ayuntamiento para que al menos los camiones basureros recojan la basura que los gitanos amontonaron al borde de la carretera, compraron veneno y aunque no se extinguió la plaga, al menos la población de roedores ha disminuido.
De las mil personas que viven en el Gallinero, la mitad son niños. Es por eso que una de las prioridades del padre y otros voluntarios es apoyar la escolarización de los menores.
«Al principio cuesta convencer a los padres que sus hijos tienen que ir a la escuela. Para ellos un hijo representa una fuente más de ingreso y por eso tampoco controlan la natalidad», sostiene Rodríguez quien ha logrado que este año 150 niños gitanos acudan a diferentes centros del distrito de Villa de Vallecas, 100 más que el año pasado.
Pese a los problemas de adaptación, el miedo y la autoexclusión cada vez son más los menores que acuden a las escuelas. «La marginación en las escuelas es uno de los inconvenientes, especialmente cuando los niños van sucios o son violentos. En algunas los han recibido bien pero en otras les han puesto pegas» lamenta el sacerdote.
«La gente cree que porque los niños están en la carretera pidiendo limosna sólo están ahí para robar, los rechazan y tienen miedo de ellos. Los medios de comunicación han hecho que la sociedad los estigmatice como peligrosos», afirma con preocupación. Su lucha es demostrar que los gitanos rumanos de El Gallinero pueden reinsertarse con apoyo de los demás.
La iglesia de los dolores de cabeza
Dejando a un lado el Gallinero, el sacerdote también debe supervisar las obras de la Iglesia de la Cañada Real, que se encuentra en otro sector, el más peligroso de la zona. El trapicheo y la presencia de toxicómanos es el ‘pan de cada día’. Los tiroteos y raptos expréss hacen del ingreso a la iglesia, ‘la calle de la amargura’. «Un día me dirigía a la iglesia y empezó un tiroteo, tuve que refugiarme detrás del contenedor de la basura», relata el sacerdote.
Al final de un terreno baldío y al lado de un vertedero clandestino se levanta la construcción humilde de la iglesia, sin vallas ni protectores. Está rodeada por decenas de carros en cuyo interior varios toxicómanos se inyectan. El hall de la iglesia ha sido tomado por los drogadictos quienes se cubren con cartones para no ser molestados. Con signos evidentes de un incendio y convertida en urinario, la iglesia además debe soportar el robo de los cables de electricidad. «No podemos echarlos y aunque lo hiciéramos no se irían, entonces debemos aprender a convivir con ellos» dice resignado el cura de los gitanos.

EL ANGEL GUARDIAN DE LOS GITANOS

09/08/2008


No es uno de ellos, pero en cinco años se ha convertido en parte de la familia. Con su barba crecida, una coleta canosa y las ropas ‘hippies’, el padre Agustín Rodríguez, de 45 años, acude todos las semanas al ‘Gallinero’, un asentamiento chabolista de 150 familias rumanas (mil personas aproximadamente), situado en la Cañada Real de Madrid, muy cerca de la carretera de Valencia. No oficia misas en el ‘Gallinero’ pero ayuda a los gitanos en sus papeleos y sus demandas.
Las viviendas de cartón y madera se arremolinan entre los restos de una antigua fábrica, donde empieza la vieja calle de Francisco Álvarez. Esta vía, prácticamente en desuso desde la construcción de la autovía de circunvalación, es un atajo estratégico para los camiones de la basura y volquetas con escombros que se dirigen a la incineradora y escombrera de Valdemingómez. Muy cerca de la desviación muchos niños juegan despreocupados por los camiones que pasan cada día rozando el asentamiento.
La llegada del sacerdote alborota la tranquilidad de los habitantes. Las mujeres están en la puerta de sus chabolas mirando y escuchando atentas lo que dice el religioso, de vez en cuando se nota su presencia por el resplandor de sus dientes dorados. Los hombres desfilan para darle la mano.
Los gitanos ya conocen de memoria el jeep rojo del párroco que los lleva y los trae, según la urgencia. Los niños se amontonan a su alrededor y apenas puede caminar en medio de ese mar de chavales semidesnudos. Con un montón de papeles y pasaportes pasa por las chabolas donde queda pendiente algún trámite.
«Falta una copia de los pasaportes de los niños, debes sacar una y luego dármela para que las lleve otra vez al Ayuntamiento». El rumano escucha con atención las indicaciones del párroco y mueve afirmativamente la cabeza de rato en rato.
El padre Agustín ayuda a los rumanos a empadronarse en el distrito de Villa de Vallecas y gestionar sus tarjetas de sanidad. Los traslada a la ciudad para que regularicen sus papeles o al médico cuando el caso es urgente y cualquier otro trámite. Además vela para que los niños en edad escolar sean incorporados en alguna escuela cercana.
Ion Stefan y su mujer, Lucía, han acudido el martes a hacer sus papeles de residencia. El sacerdote los acompañó hasta la Junta Municipal del distrito para renovar su permiso y fue él quien gestionó los documentos mientras ellos esperaban afuera del edificio. Otra parada obligatoria fue el hospital donde debían renovar la tarjeta de sanidad, pero la falta de algunos requisitos pospuso el trámite unos días. En el trayecto de retorno al Gallinero, la pareja le consulta a Rodríguez sobre un posible derribo de chabolas. «Ante esa situación procuren tener a mano sus papeles y pasaportes, es lo mas importante que deben salvar», les aconseja, mientras los tranquiliza afirmando que en caso de desalojo la Comundiad debe buscarles un nuevo lugar donde ubicarlos.
La mitad de la población son niños
A unos metros de las chabolas una unidad del Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid atiende a una decena de niños delgados y sucios que en brazos de sus madres parecen enfermos. Uno de los principales problemas, especialmente los menores de dos años, son las infecciones estomacales porque viven en medio de la basura y hay muchas ratas en el lugar, explica uno de los médicos.
No hace muchos días estas mismas madres tenían que hacer guardia para que las ratas no atacaran a sus hijos pequeños. La proliferación de los roedores movilizó a los gitanos y a la parroquia. El padre Agustín peregrinó hasta al Ayuntamiento para que al menos los camiones basureros recojan la basura que los gitanos amontonaron al borde de la carretera, compraron veneno y aunque no se extinguió la plaga, al menos la población de roedores ha disminuido.
De las mil personas que viven en el Gallinero, la mitad son niños. Es por eso que una de las prioridades del padre y otros voluntarios es apoyar la escolarización de los menores.
«Al principio cuesta convencer a los padres que sus hijos tienen que ir a la escuela. Para ellos un hijo representa una fuente más de ingreso y por eso tampoco controlan la natalidad», sostiene Rodríguez quien ha logrado que este año 150 niños gitanos acudan a diferentes centros del distrito de Villa de Vallecas, 100 más que el año pasado.
Pese a los problemas de adaptación, el miedo y la autoexclusión cada vez son más los menores que acuden a las escuelas. «La marginación en las escuelas es uno de los inconvenientes, especialmente cuando los niños van sucios o son violentos. En algunas los han recibido bien pero en otras les han puesto pegas» lamenta el sacerdote.
«La gente cree que porque los niños están en la carretera pidiendo limosna sólo están ahí para robar, los rechazan y tienen miedo de ellos. Los medios de comunicación han hecho que la sociedad los estigmatice como peligrosos», afirma con preocupación. Su lucha es demostrar que los gitanos rumanos de El Gallinero pueden reinsertarse con apoyo de los demás.
La iglesia de los dolores de cabeza
Dejando a un lado el Gallinero, el sacerdote también debe supervisar las obras de la Iglesia de la Cañada Real, que se encuentra en otro sector, el más peligroso de la zona. El trapicheo y la presencia de toxicómanos es el ‘pan de cada día’. Los tiroteos y raptos expréss hacen del ingreso a la iglesia, ‘la calle de la amargura’. «Un día me dirigía a la iglesia y empezó un tiroteo, tuve que refugiarme detrás del contenedor de la basura», relata el sacerdote.
Al final de un terreno baldío y al lado de un vertedero clandestino se levanta la construcción humilde de la iglesia, sin vallas ni protectores. Está rodeada por decenas de carros en cuyo interior varios toxicómanos se inyectan. El hall de la iglesia ha sido tomado por los drogadictos quienes se cubren con cartones para no ser molestados. Con signos evidentes de un incendio y convertida en urinario, la iglesia además debe soportar el robo de los cables de electricidad. «No podemos echarlos y aunque lo hiciéramos no se irían, entonces debemos aprender a convivir con ellos» dice resignado el cura de los gitanos.

ROUCO CIERRA LA PARROQUIA DE ENRIQUE DE CASTRO

24/04/2008

31 Marzo
Religion Digital
El cura “rojo” de Vallecas se queda sin parroquia. Enrique de Castro, el popular sacerdote símbolo de la lucha por los más marginados, va a perder su templo de Entrevías. La parroquia de San Carlos Borromeo tiene los días contados. El arzobispo de Madrid ha decidido cerrarla como lugar de culto y reconvertirla en un centro de Caritas. Acusa a Enrique de Castro y a sus dos compañeros curas de “realizar una liturgia y una catequesis que no son eclesialmente homologables”.

El pasado martes, el obispo auxiliar de Madrid, Fidel Herráez, llamó a capítulo a los tres curas de San Carlos Borromeo: Javier Baeza, Pepe Díaz Y Enrique de Castro. “Aquello era un auténtico tribunal”, explica Javier Baeza, que ejerce de párroco desde hace unos años, aunque los tres sacerdotes trabajan en equipo.

En la reunión estuvieron presentes, entre otros, el obispo auxiliar, acompañado del vicario de Vallecas, Angel Matesanz, del secretario del episcopado, Roberto Serres y del delegado de Cáritas. “Fidel abrió la carpeta y nos comunicó que la parroquia desaparece como tal, que el local físico se lo han cedido ya a Cáritas Madrid para un centro asistencial y que nos pedía encarecidamente a los tres que nos quedásemos a trabajar en el centro”, cuenta el párroco.

El arzobispado madrileño acusa a los curas de San Carlos Borromeo de “realizar una liturgia y una catequesis que no son eclesialmente homologables”, al tiempo que reconoce “su entrega y dedicación a los pobres”. Y como la expresión eclesial de la solidaridad con los pobres es Caritas, Rouco cree que a eso es a lo que deben dedicarse los locales de la parroquia, que desaparecería como lugar de culto.

Los tres curas se quedaron boquiabiertos. Primero, porque hacía unos meses que ese mismo obispo auxiliar, Fidel Herráez, había realizado la visita pastoral a la parroquia y se había despedido de ellos diciéndoles: “Me voy impactado y encantado”.

Pero al poco tiempo, monseñor Herráez, el brazo derecho del cardenal y el que, en realidad, gestiona el día a día de la archidiócesis, llamó de nuevo al orden a Javier Baeza. “Me acusó de que, en la parroquia, no administrábamos adecuadamente los sacramentos; me advirtió de que sin absolución individual no hay perdón de los pecados y terminó diciéndome que Dios no estaba en nuestra parroquia. Desde entonces nos temíamos lo peor y, desgraciadamente, nuestros temores se confirmaron el pasado martes”, explica el párroco.

Allí mismo, en esa reunión del pasado martes, los tres curas rechazaron la decisión del arzobispado, dejaron claro que la parroquia no era de ellos sino de la gente y que no piensan abandonarla. “No vamos a dejar la parroquia. Si quieren, que nos echen”, dice Baeza.

En el arzobispado guardan silencio. El Mundo intentó en repetidas ocasiones obtener la versión de la jerarquía madrileña sin éxito. Extraoficialmente y con petición expresa de anonimato se nos dice que “la lucha entre Enrique de Castro y monseñor Rouco viene de lejos. Esa parroquia es un nido de herejías. Por ejemplo, imparten sistemáticamente la absolución colectiva y, a veces, comulgan con rosquillas o con turrón, en el colmo de los despropósitos litúrgicos y sacramentales. La paciencia del cardenal se ha agotado y ha decidido poner coto a tantos desmanes”.

Nuestro comunicante reconoce que la decisión del cardenal no ha sido fácil. “Rouco es consciente de que se enfrenta con un icono social, con un símbolo y con una forma de ser y de entender la Iglesia. Sabe que, en los medios de comunicación, vais a escenificar la decisión como la lucha desigual entre la Iglesia jerárquica institucional-inquisitorial y unos pobres curas de base, defensores de los pobres. Pero también es consciente de que, aunque sea impopular la medida, tiene que tomarla, porque una de las funciones del obispo es la de ser maestro y vigilar la ortodoxia en su diócesis”.

Y no se equivoca nuestra fuente del arzobispado madrileño. Tanto los curas como sus numerosos y fieles parroquianos están dispuestos a dar batalla por la parroquia de los pobres y marginados. En sus locales se suceden las asambleas. Y se preparan estrategias y gestos para mostrar el descontento de la gente. Algunos proponen ir en procesión hasta la catedral de La Almudena y encerrarse para rezar en ella hasta que el cardenal revoque su decisión.

En torno a Enrique de Castro y a la parroquia se aglutinan una serie de colectivos “indispensables” de la lucha social. Como Madres contra la Droga o la Coordinadora de Barrios. Y no dejarán que Rouco se salga con la suya fácilmente.

Por otra parte, incluso canónicamente parece que el tema no está nada claro. Según Baeza, “con el Derecho canónico en la mano parece que es una aberración, según nos comentan los especialistas”. Porque, tanto para destituir a un párroco como para cerrar una parroquia, hay que seguir todo un proceso oficial, con sus pasos, sus alegaciones y sus plazos. “Y aquí se lo quieren saltar todo a la torera. Pero no nos vamos a rendir”, dice Javier Baeza.

Tanto Enrique de Castro como sus dos compañeros están dispuestos a luchar hasta el final. “Nos duele sobre todo la prepotencia y altivez con la que actúa el arzobispado. Parece como si Dios llamase todas las mañanas al cardenal para decirle lo que tiene que hacer”, se queja Baeza. Y concluye: “Esto es un baculazo con todas las de la ley, por mucho que quieran camuflarlo”.

LOS CURAS DE LA PARROQUIA SAN CARLOS BORROMEO

24/04/2008

Los curas dan misa vestidos en ropa de calle; admiten ateos y musulmanes; y en la eucaristía, en vez de hostias, reparten rosquillas. Y por eso, por no ajustarse a la doctrina de la Iglesia en cuanto a la liturgia se refiere, al arzobispo de Madrid, el cardenal Antonio Rouco Varela, ha comunicado a los tres sacerdotes que tienen que cerrar la parroquia y que se busquen otro destino.
«Nos han dicho que socialmente estamos muy bien, pero que en cuestiones de liturgia y catequesis, no», explicó ayer el cura Enrique de Castro. «Según ellos, la catequesis que damos no está homologada y la liturgia es un desastre», agregó el sacerdote, que lleva en esta parroquia 26 años. El arzobispado les ha transmitido que la parroquia se sale de los cánones de la Iglesia, y precisamente los curas defienden eso: que las liturgias tienen que adecuarse a los nuevos tiempos y a la realidad social.

«Hemos cambiado las hostias por rosquillas porque los niños no entendían que son las hostias normales. Fueron las propias madres las que nos trajeron las rosquillas. Y si nos hemos quitado los hábitos para dar misa es porque la gente nos lo ha pedido…», afirmaron los curas.

La parroquia de San Carlos Borromeo celebró ayer una multitudinaria comida donde acudieron cientos de personas a apoyar la labor de los curas. Por ahí pasó de todo. Desde matrimonios católicos de mediana edad; familias enteras de Vallecas, gente del movimiento okupa; jóvenes de izquierdas y gente de asociaciones de vecinos de todo Madrid. Los presentes comieron paella, escucharon música, tomaron vino en la terraza, repartieron abrazos y hubo mucha tertulia. «¡Mucho ánimo!», «¡Lucha!», «¡De aquí no nos vamos a mover!», repetían los congregados a los tres sacerdotes: Enrique de Castro, Pepe Díaz y Javier Baeza.

«No somos unos locos. Nos dedicamos al mundo de la marginación y esa gente es la que luego viene a misa porque han sentido que este lugar…», empezó a contar De Castro. Un joven le interrumpió. «Enrique, oye, que si me das dos euros para tabaco, que no he cobrado aún el paro». El sacerdote se saca el dinero del bolsillo, y continúa: «… porque han sentido que este lugar es como su casa».

Hasta Entrevías también se acercaron párrocos de otros lugares, como Andrés, el capellán del hospital Niño Jesús. «Les conozco desde hace años y por eso he venido a apoyarles. Yo creo que la Iglesia tiene que aceptar que hay varios modelos de parroquias y que algunas, como ésta, lo que intentan es adecuarse al lenguaje de la gente», opinó.

Otro párroco, Daniel Sánchez, de la cercana parroquia de Santa María de El Pozo, también se manifestó en contra del cierre. «El arzobispado les achaca también que están aislados y que no se entienden con otros curas. Eso no es cierto. Las cinco parroquias de la zona estamos haciendo un buen trabajo en común», recalcó este hombre.

La parroquia de San Carlos Borromeo también acoge la sede de la Escuela de Marginación, donde se enseña a los que estén interesados en trabajar con gente marginada, y a la asociación Madres contra la Droga. «No tenemos que buscar otra sede porque no nos vamos a ir. Sólo faltaba. Aquí está nuestro domicilio fiscal y también humano», explicó Carmen Díaz, presidenta de la asociación.

Entre los más dolidos por el cierre están los marginados que han encontrado su refugio en esta particular parroquia. Como Tarik Inhaddou, marroquí de 27 años. «Llegué a Madrid en 2001, sin saber el idioma, no tenía donde ir. Llegué a la parroquia y me acogieron con los brazos abiertos», explicó. Los primeros años estuvo trabajando de camarero y ahora tiene un empleo de lo suyo: ingeniero informático.

Antes de la comida, por la mañana, la parroquia celebró una misa multitudinaria. Una misa que el arzobispado de Madrid había prohibido. Pero el cura Javier Baeza niega tajantemente que haya sido la misa de despedida. «No es la última, ni tampoco la penúltima misa, ni mucho menos», aseguró Baeza, aunque se mostró prudente a la hora de hablar de futuras movilizaciones o encierros.

Los tres párrocos pertenecen al movimiento Teología de la Liberación, aunque Baeza prefiere que se les llame «curas de barrio en medio de la gente, creo que nos define mejor». Fue el martes pasado cuando el arzobispado de Madrid comunicó a los curas que les echaban de la parroquia y que se buscasen otro destino. «No nos han dado un día concreto para que nos vayamos. El martes nos llaman a una reunión y el obispo de la diócesis de Madrid, Fidel Herráez, junto a otros dos miembros de la Iglesia y dos de Cáritas, abre una carpeta, y como si fuese un tribunal, me dice: ’Hemos decidido que tenéis que dejar de dar misa desde hoy mismo’; a lo que yo le contesto: ’Fidel, ¡eso es un baculazo!», recordó Baeza. «¡Y encima se indignó! No ha habido diálogo. Canónicamente lo que han hecho desde arriba es una perversión», agregó el sacerdote.

En las paredes de la iglesia podían leerse ayer los correos electrónicos de apoyo que han recibido estos días. Y hay uno que les ha gustado especialmente, porque incluye un poema de León Felipe con el que se sienten muy identificados: «De aquí no se va nadie. Nadie. Mientras esta cabeza del Niño de Vallecas exista, de aquí no se va nadie. Ni el místico ni el suicida».

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MOHAMED BEN AISSA(18 AÑOS): «Mi hermano me echó de casa y aquí me acogieron»

«Hace tres meses mi hermano me echó de casa porque no tiene trabajo ni hace nada en la vida y yo era una molestia. Me quedé completamente solo, en la calle. Vine a la parroquia y desde entonces estoy viviendo en casa de Javier, uno de los curas», contaba ayer Mohamed Ben Aissa, un chico marroquí de 18 años.

«En el instituto donde estudiaba, el Puerta Bonita de Carabanchel, fue donde me hablaron de esta sitio y estoy muy contento», agregó el chico, que llegó a Madrid desde Marruecos en el año 2004. Ahora trabaja en un taller de jardinería y se le ve feliz.

Mohamed, musulmán, acude todos los domingos a misa. «Es que es una misa diferente. Y aquí me han ayudado mucho. Yo soy musulmán, ¿y qué?».»

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MAITE MOLINA(48 AÑOS): «Conseguí dejar las drogas gracias a su ayuda»
A Maite Molina, de 48 años, se le murió su pareja hace dos días. A pesar de la pena, acudió ayer a la parroquia a apoyar a los curas y a pedir a Enrique de Castro, uno de los sacerdotes, que oficie una misa de duelo. «Me enganché con 21 años a las drogas. He pasado por la cárcel, y siempre, siempre he tenido el apoyo de estos curas», explicó ayer. «Llevo muchos años sin tomar drogas. Lo conseguí gracias a su ayuda. Ahora trabajo en la limpieza», añadió, mientras mostraba las palmas de sus manos curtidas.

Maite ha vivido siempre en Vallecas, pero desde hace dos años reside con su madre en un piso del barrio de La Ventilla. «No soportaría que cerrasen la parroquia. Ellos me lo han dado todo. Fíjate, ahora hasta soy abuela».»

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JOSÉ SANZ (35 AÑOS)»Al salir de la cárcel, los curas me ayudaron»

José Sanz, de 35 años, habla del cura Enrique de Castro como su «padre adoptivo». «Es que estuve ocho años viviendo con él en su casa. Me acogió después de que yo saliese de la cárcel. Cuando yo no tenía donde caerme muerto, ellos me ayudaron», contó ayer José. En sus brazos llevaba a su hijo, de 11 meses. «Desde hace un tiempo vivo ya por mi cuenta, con mi mujer y mi hijo», añadió.

El cierre de la parroquia le parece «algo muy jodido». «Aquí ayudan a mucha gente, a los drogadictos, a los que no tienen papeles, a cualquiera que se acerque y llame a la puerta», afirmó José. Este hombre está en paro, aunque tiene la ilusión de trabajar en el nuevo hospital de Vallecas. «He echado el currículum, a ver si tengo suerte».»